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La universidad: una compleja maquina kafkiana...

Por: Julio César Carrión Castro
“Honra a tus superiores”
(Inscripción hecha sobre el cuerpo del condenado en el cuento En la colonia penitenciaria de Franz Kafka)
“El aparato debería funcionar ininterrumpidamente durante doce horas. Pero cuando hay entorpecimientos son sin embargo desdeñables y se los soluciona rápidamente”, le informa el oficial al explorador que desea conocer el funcionamiento de la máquina de torturas que opera en La Colonia Penitenciaria de Franz Kafka. Orgullosamente le explican al extranjero que el manejo de la Colonia es un todo organizado en donde nada queda al azar, nada es fortuito, así se presenten ocasionales inconvenientes, pequeñas fallas en el aparato, no se encuentren de inmediato algunos repuestos para éste, o falte momentáneamente dinero para su adquisición, al final todo funciona perfectamente, de manera sincronizada.
Las sentencias y las penas que se aplican en la Colonia Penitenciaria, se basan en un principio fundamental: “la culpa es siempre indudable” y la desobediencia frente a las normas de la seguridad y de la disciplina, son castigadas severamente. Poco importa que no se conozca muy bien el funcionamiento del aparato, pues, lo principal es que las sentencias se cumplan y que los “procedimientos judiciales”, las estructuras y el orden se mantengan, para que la intrincada máquina no se entorpezca y continúe su labor.
El modelo burocrático es imperante hoy en el mundo entero. La burocracia funciona como esa compleja máquina kafkiana, en donde todo tiene que ser escrito, como sobre la piel de los condenados. El “correcto funcionamiento” de la estructura burocrática reclama no sólo la obediencia acrítica y la “servidumbre voluntaria”, sino el cabal cumplimiento de la normatividad fijada por el poder disciplinario: normas y reglamentaciones que el engranaje de la maquinaria exige; gestiones, trámites, papeleos, procesos, expedientes… porque nada puede quedar por fuera de la escrutadora mirada del poder y de sus funcionarios.
Una pormenorizada división del trabajo históricamente fue fijando no sólo la distribución detallada de las actividades y tareas de los seres humanos, con los empleos “superiores” e “inferiores” en el proceso productivo, sino en toda la vida social, hasta alcanzar esa forma organizada de la irracionalidad capitalista que hoy nos gobierna y que se caracteriza por la total desaparición de la individualidad, de la capacidad de juicio autónomo y del uso público de la propia razón, a favor de las “funciones”, los “cargos” y las “instituciones”. Permanentemente se nos recalca que “las instituciones permanecen mientras que las personas son prescindibles”. En esta afirmación descansa la realización de la metáfora de la maquinaria burocrática denunciada por Kafka y por Max Weber.
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La Universidad que parecía ser una institución establecida al margen de esa estructura burocrática alienante, además de promotora del mejoramiento de los seres humanos y refugio de la cultura, de la ética, de la imaginación utópica y, en general, del humanismo, como fue consagrada desde la Edad Media, ahora, bajo el influjo de las mentalidades administrativas y los intereses productivistas, consumistas y faranduleros, se ha convertido en otro nicho del ajetreo politiquero, que difunde el menosprecio por la educación, la ciencia y la cultura, consagrando en sus altas dignidades a “funcionarios”, carentes de la personalidad y el carácter que antaño definía a los académicos. Hoy los directivos universitarios son simples “gerentes de recursos humanos” y administradores de clientelas, operando como repartidores de prebendas, favoritismos y ventajas. No son más que engranajes de una maquinaria establecida, para la promoción del pensamiento único y la defensa del statu quo.
La jaula de hierro
Es innegable la regulación y normalización generalizada que se vive en las sociedades contemporáneas. El triunfo de una irracional racionalidad, que muestra su mayor eficacia en los campos de concentración y de exterminio y en las guerras totales del presente, nos ha conducido a la más absurda burocratización, tanto de la vida personal como colectiva. Estamos atrapados en la jaula de hierro de la metáfora weberiana. Este “mundo administrado” significa, por igual, la pérdida de las individualidades y la implantación de la sociedad panóptica que soportamos.
Como En la colonia penitenciaria de Franz Kafka, el hombre contemporáneo deambula, como condenado, ante la poderosa maquinaria de un anónimo poder que le exige “honrar a los superiores”, y la cual siempre estará segura de que “nuestra culpa es indudable”.
Se ha desvanecido el ideal kantiano del uso público del propio entendimiento, bajo el peso de una serie de complejas obediencias y subalternidades y por el impacto de las nuevas tecnologías sobre las conductas. En este proceso de sistemática destrucción del individuo y de las soberanías nacionales, la mediocridad del hombre-masa ha sustituido toda mayoría de edad y toda autonomía, y el Imperio se ha impuesto por sobre los estados nacionales.
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Contribuyen a esta gregarización del ser humano y a este despojo de las identidades personales y sociales, unos medios de comunicación que han convertido los aconteceres cotidianos en simples espectáculos; la farandulización del mundo de la vida; el proceso de sacralización de la ciencia y la tecnología, que promueven los centros internacionales de poder -transmutados hoy en “centros de excelencia”- que buscan imponer su hegemonía; la pérdida de la multiculturalidad y el pluralismo, por la sumisión voluntaria de las élites criollas a las imposiciones imperiales y, por supuesto, por el languidecimiento de la escuela y la pedagogía, convertidas ahora en meros mecanismos de apoyo a la producción y al mercado.
La jaula de hierro también opera en la escuela. Una concepción y una burocracia tecnofascista administra el sistema escolar. Sólo se piensa en las competencias básicas, fijadas por las transnacionales; en los estándares de calidad empresariales y en formar los trabajadores flexibles y polivalentes que reclama el sistema. Desaparecieron de la escuela y las universidades la reflexión crítica, los intereses emancipatorios, la preocupación por la democracia, por ética y por la dimensión estética, suplantados por la eficacia, la eficiencia y la rentabilidad capitalista.


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