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Una ciudad y un sacrificio que había que asumir

Una ciudad y un sacrificio que había que asumir

El reloj marca las 9 de la noche. La ciudad ya es fantasmal. En este instante van dos horas de haber empezado a regir una medida que en otros tiempos, por cierto lejanos, era frecuente porque había que poner a raya la rebeldía y protesta de la gente que no soportaba los abusos del régimen. Eran los tiempos del Estado  de Sitio.

Hoy, casi cuatro décadas después se regresa a un toque de queda, este sí necesario, este sí de vida o muerte. Un toque de queda que a diferencia de los de antaño, es aceptado por la mayoría de la gente. 

Este es para salvar a Colombia de una enfermedad que arrinconó el mundo, una enfermedad que indica que de aquí en adelante ese mundo podría ser otro. ¿Mejor o peor?. Está por verse. "El mundo después del coronavirus será otro", lo dijo alguien por estos días, y en esa dirección han coincidido otras tantas opiniones. El mundo cambió.

Y entonces la ciudad viva, la ciudad de cientos de restaurantes y discotecas, que todos los viernes a partir de esta hora, 9 de la noche, inicia un fin de semana agitado pero alegre, en esta ocasión será diferente. No habrá rumba, no habrá goce de la excelente gastronomía que hoy se sirve en Ibagué.

 

En un recorrido por los sitios de mayor afluencia, entre los que se hallan centros comerciales y los lugares de la  rumba en Ibagué como en el sector de Mirolindo, se evidencia el impacto económico negativo que va a tener la ciudad en estas 83 horas de parálisis.

 Estimar el valor de cuánto dejará de vender el comercio durante estos tres días y medio, será tarea que hará de manera juiciosa un   gremio como Fenalco.

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