Ya las calles alrededor del Coloso de la 37 se comienzan a cerrar. Quienes piden monedas para completar la boleta saben que difícilmente les alcanzará, sin embargo lo siguen haciendo. Los revendedores ya están cargados de boletas, esperando no quedarse con ninguna que les descuadre las cuentas. Algunas nubes amenazan, pero se disipan y luego vienen otras y vuelven y se van. Ha sido un día fresco.

Al Tolima se le juntaron todas las razones para celebrar: Deportes Tolima en la final, fiestas del folclor y Mundial de Fútbol. Los carros circulan con banderas del Tolima, de la Selección Colombia y hasta del Nacional, el visitante.

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Aquellos que van más seguido al estadio y que hoy tienen problemas para conseguir la boleta, o que tienen que comprarla más cara, se quedan de que ahora sí le aparecen hinchas al equipo. Ellos los llaman los “clasiqueros”. Nadie puede negar que si se llena el estadio será gracias a los “clasiqueros”.

Todos: hinchas recurrentes, “clasiqueros”, vendedores informales, revendedores de boletas y quienes no pueden o no quieren ir al estadio sienten hoy una sensación extraña. El Tolima está en una fina.

Los revendedores se hacen su agosto

Las boletas laterales, tanto norte como sur, están agotadas desde hace muchas horas. Y eso es en gran parte culpa de los revendedores. Algunos de ellos hacen una fila de dos horas varias veces y se pueden quedar fácilmente con 12 boletas, todas para revender. Ellos esperan pacientemente que se acaben las boletas y entonces comienzan a revenderlas.

Las sur, que antes de la final costaba $16.000 y ahora cuesta $32.000, se vendían ayer en $40.000. Ya hoy, día del partido y con la taquilla agotada, fácilmente se puede comprar en $45.000 o $50.000.

“La hinchada de Ibagué es de las peores del país”, dice uno de los revendedores, enojado porque alguien le rechazó la boleta que le ofreció. “La boleta vale $32.000 en la taquilla y a la gente le parece mucho comprar en $40:000, sin hacer fila y sin asolearse”, dice.

Y es que el trabajo de los revendedores no es fácil. Pasan horas al sol esperando a comprar las boletas y luego venderlas para, de una en una, sumar con el excedente lo de un día de trabajo. “Es un trabajo común y corriente. Y esos que se quejan porque vendemos la boleta un poco más cara no son capaces de ir a hacer la fila. Algo tenemos que ganar porque de algo tenemos que vivir”, dice uno de ellos.

Los revendedores tienen un dilema. Entrar al estadio o vender la boleta a un buen precio. “Si me gano al menos $15.000 la vendo y me voy a verlo a la casa, me compro unas cervezas y me queda plata. Si no la puedo vender entro a ver el partido”, dice. El clásico dilema entre el deber y el placer.

Los vendedores, lo más contentos

Con el Tolima en la final no solo gana Camargo. Ganan cientos de vendedores informales que hoy, como en fin de año o en las fiestas de Ibagué, ven aumentar sus ventas. Ganan los hinchas que hoy, como pocas veces lo han sentido, adivinan esta final como la más abierta en los últimos años.

Dándole una vuelta al estadio, faltando unas horas para que inicie el partido, se pueden ver decenas de vendedores informales. Mazorcas, mango, frituras, chirizos, camisetas del Tolima, banderas, cornetas y, son reconocibles desde lejos, los infaltables revendedores le dan la vuelta al estadio.

Las fiestas del folclor, la final del Tolima y el Mundial de Fútbol se confunden en el comercio. Allí se venden raboegallos, camisetas del Tolima y banderas de la Tricolor por igual. Los olores se mezclan con los colores. Todos van deprisa, buscando la fila más corta. La ansiedad y el nerviosismo se ven en las caras.

Cuando el partido termine, cuando el resultado se sepa, el Deportes Tolima estará un paso más cerca o un paso más lejos de ser campeón. Al otro día las ventas volverán a su regularidad, algunos revendedores se quedarán con algunas boletas.